domingo, 14 de marzo de 2010

Copenhague

Supongo que cuando empiezas una relación de cualquier tipo, nunca podrías imaginar cómo empieza (ni cuándo), ni cómo va a terminar (ni cuándo). Es a lo que nos arriesgamos. Nos exponemos de una forma u otra al prójimo y nos entregamos de singular manera en cada caso. Pero no sabemos cuál será el final, si es que lo tiene.
Y, la verdad, nunca pensé que, entre nosotros, sería este.
A ratos estoy bien, otros no puedo evitar venirme abajo. Me siento como una silla sin dos patas.
He pasado de ser quien más feliz podría hacerte, a ser la persona que te arrebata la felicidad. Me siento egoísta por echarte de menos y por querer que vuelvas a mis días, en vez de pensar en ti, en lo mal que lo estás pasando.
La mayor parte de tu dolor es por mí. Lo sé, soy consciente.
Y yo lo entiendo. Entiendo todo lo que puedas sentir. Pero me duele pensar que la causante de todo eso sea yo. Me destroza el alma. Nunca pensé que podría pasarnos justamente a nosotros.
¡¡Me lo prometiste. Me juraste que no dejarías que pasara. Que siempre estarías a mi lado a pesar de todo. Y has fallado. Escapaste. Huiste. Cobarde. Mentiste hasta el último momento. Y yo te creí!!
Podrían tacharte de gilipollas. Pero no gilipollas por lo que sientes, sino por no ser lo suficientemente fuerte para aguantarte y ser capaz de estar a mi lado, porque me lo merezco, porque te necesito. Te has quedado con lo más fácil: HUIR.
Eras mi mejor amigo y tú mismo me has pedido, literalmente, que me olvide de ello, que acepte y asimile que nunca más volveremos a serlo. Pero que no me agobie. Insensato. De ti, cualquier cosa me afecta más que muchas otras.
No eres fuerte. Vale que estés enamorado. Vale que yo haya hecho cosas mal, tantas como tú. Pero eso que haces, dejarme de lado, sacarme de tu vida a golpes... si fuese amor lo que tú tienes, amor limpio, del de verdad, no te comportarías así, como un niñato-niño de papá, porque sabes que así me sentiré mal, porque me estás castigando por no quererte de igual manera que tú a mí.
Tú ahora no estás enamorado. Si lo estuvieses, si me quisieses de verdad, lo único que verías sería que yo te quiero, y esperarías, esperarías por mí, sin dejarme de lado, y no haciendo lo que estás haciendo. Niñato.
No sabes esperar, sin más, a darme el cariño de una amistad, y no tristezas; a quererme de la manera que se pueda, y no dejarme; a ser capaz de ser feliz simplemente con mi amistad y mi presencia, a aprovecharte de la forma que fuese -por decirlo de alguna manera- de estar conmigo. Porque eso es lo que yo haría. Y esperaría durante años, y me daría igual todo, simplemente por el placer de tu compañía. Y yo sería feliz, por verte a ti feliz conmigo.
Y desde aquí, en mi ventana, sintiendo el viento ahí afuera o el sol en mi piel, lo siento. No me caeré, no me volveré débil ni chiflada por perderte. Pero sufriré esto. Porque soy así y no puedo estar bien. Me recuperaré con el tiempo, supongo. No permitiré que me pase lo mismo otra vez, y menos contigo. Esto no va a ser eterno. Te voy a llorar ahora porque si me lo guardo en un rincón, no lo superaré nunca. Y sufriré por ti. Así que, lo siento de verdad. Pienso llorar por ti hasta que no me quede el más mínimo resto, porque para mí eres importante e insustituible. No digo que merezcas mis lágrimas por lo que me estás haciendo, pero mis lágrimas caerán con todo el sentido del mundo para mí. No te cabrees. Así soy yo, y lo sabes. No puedo hacer como si no me pasase nada, no puedo no pasarlo mal porque eres parte de mi vida y de mi corazón.
Pero no te lo mereces. No te mereces nada de esto en absoluto.
Y está claro: tú no me conoces ni la mitad de lo que yo a ti.
Ella duerme tras el vendaval, se quita la ropa, sueña con despertar en otro tiempo, en otra ciudad.