lunes, 16 de febrero de 2009

"Qué ojos"

Y me refiero a los míos.
La ví este fin de semana. En la misma habitación, en la misma cama, misma postura, mismas enfermeras, mismos cables... Pero la ví mejor. Más guapa, incluso.
Sonreía, y me sentí relajada y bien por un momento después de tantos por estar ahí con ella. Haciéndola reír. Me besó en la mejilla, casi como hacen las abuelas, dándote mil besos y con mil ganas. Como hacía años que no lo hacía. Y quise llorar de la alegría de poder tocarla y acariciar esa piel tan suave que la caracteriza.
Seguía llena de moratones y un tanto depresiva, pero el color le había vuelto a la cara y las bolsas de los ojos le estaban desapareciendo. Y sólo por eso, yo ya estaba feliz.
Me miró fíjamente y con fuerza a los ojos y sonrió. "Qué ojos más bonitos tienes. Y qué grandes".
Sentí que algo me recorría el alma. ¿Qué significaba eso? No me lo esperaba. No supe qué responder. No había palabras en mis labios. Me quedé sin habla. Sonreí.
Cuánto la quise. Cuánto me quiso.
Quiero soñar que te he perdido o soñar que no te he amado y despertar luego y pensar que se ha cumplido. Quiero borrar todos mis recuerdos, no quiero que aparezcas en ninguno. Quiero olvidar todo y pensar que nunca jamás conseguirás nada mejor.
Me gustaría pensar que nada de esto ocurrió, olvidar el momento en el que te miré y supe que había perdido el control de mí.
Te prohibo terminantemente que me dediques una sola mirada de esas tuyas pícaras y cómplices. La próxima vez que me mires así te arrepentirás. Quédate con tus miradas pícaras o tus guiños y tus sonrisas con gancho. No los quiero. Trágatelos. Olvida todos los momentos en los que me acariciaste, olvida mi pelo y el tacto de mi piel, mi sonrisa en la oscuridad. No quiero que recuerdes nada de mí. No quiero que me recuerdes. Olvida que existo. Olvídame.

domingo, 8 de febrero de 2009

Hace viento en el hospital. Un viento nervioso. Veo desde las ventanas cómo agita fuertemente los árboles y sus hojas, y sus ramas. Parece que tiene personalidad, un carácter especial. Como si quisiese gritar algo importante. Hace que me duela la cabeza. Me agobia. Me falta la respiración.
Será el estrés. Y, de repente, sin darme apenas cuenta, debo desconectar por completo.
Y no puedo.
Y me agobio más.
Y mi cabeza no para de dar vueltas en busca de respuestas.
Y aumenta el extrés.
Y disminuye el tiempo que me queda.
Y se acercan los días clave.
Y yo sin estar preparada.
Y surgen problemas.
Y pierdo más tiempo.
Y me faltan días.
Y me sobran apuntes.
Y aparecen dudas.
Y debo tomar decisiones importantes.
Vida o muerte. Nunca mejor dicho.
Y decido.
Y la miro.
La observo con la mirada de una niña pequeña.
Y me asusta
Demasiados cables.
Demasiados moratones.
El ambiente no me gusta.
Hace calor.
No hay alegría.
Nadie sonríe.
La gente ha estado llorando.
Me nubla la vista el miedo.
Y entonces, sólo entonces, me doy cuenta de que la realidad me ha golpeado en toda la cara.
Y vuelvo a mirarla. Esta vez, con lágrimas en los ojos.
Pero no lloro.
No es ella. Cómo ha cambiado en tan poco tiempo.
Parece imposible.
Siento indiferencia hacia mí.
No entiendo la mirada.
No sé que pensar.
En un momento, es como si no nos conociéramos de nada.
Pero vuelvo a observarla.
Y sé que he decidido bien.
Lo correcto, por supuesto.

Y el tiempo sigue disminuyendo...
Y mi agobio aumentando.
Y me duele la cabeza. Pero he decidido.
Me duele mucho. Y me falta el aire. Me duele todo.
Y parece que no aguantaré más. Y lloraré, como si fuese algo frágil y necesitado. Y no lo soy. No lloro. Pero necesito gritar. Como el viento.
Estoy agotada, y quiero correr, pegar, cansarme, desestresarme, soltar la ira que me hace presa de mí misma.
Y quiero dormir doce horas seguidas y despertarme y no tener que hacer nada para hacerlo todo, y poder pensar en ella sólo una vez al mes, como ha sido siempre, sin visitarla los domingos y escuchádola hablar de lo perfectas que son otras y no yo, sin necesidad de entristecerme por no poder verla más.
Pero está viva, y sé que, sino lo estuviera, la echaría en falta.
Que tonta fui al pensar que no.
El viento aun grita y todo sigue igual. Incluso mi estrés y mi agobio. Menos mal.

lunes, 2 de febrero de 2009

Para nada arrepentida...

Yo siempre quise más. Un poco más. No podía conformarme, pedía más que cualquier otra. Te exigía tanto como tú a mí.

Cometí errores, pero siempre me encargué de pagar mi cuenta, de no dejar deudas a mi espalda.

Jamás me arrepentí de nada (pues nunca pensé que sirviese) si con ello aprendí algo.

Fui feliz como pude. A mi manera. E intenté que lo fueses tú. A mi manera.

Pude perder cosas. Sin embargo, sé que gané muchas otras.

Conseguí llevarme algo de cada día, para el baúl de los sueños olvidados.

Pero lo mejor de todo es que, si recuerdo que lloré, sé que también reí y sé que amé y, por ello, sólo por ello, sé que viví a mi manera y fui feliz contigo.