domingo, 26 de abril de 2009

¿Café?

-¿Quieres un café?
- De acuerdo...En realidad, ¿sabes qué? No puedo.
- Oh como quieras.
- No puedo sentarme a tomar café contigo.
- De acuerdo.
- Te quiero, sé que la otra noche no significó lo mismo para ti que para mí, pero no pienso arrepentirme y no he dejado de pensar en ello desde que pasó, no sólo porque fue genial, que lo fue, sino porque era perfecto, algo especial, quizá tú no puedas verlo ahora mismo pero yo sí y si tengo que esperar a que tengamos 80 años a que te des cuenta, te esperaré. No voy a ninguna parte, se acabó para mí, eres única para mí, no puedo hacer como que no siento eso, no puedo hacerlo. Lo siento.

"If there is such a thing as fate, it will bring these two together at last."

viernes, 24 de abril de 2009

Doctor Zhivago

Aunque me duela y la parte más realista de mi mente dude si aún me merece, sigo enamorado de Lara. Nací romántico y platónico, ¿cómo hubiese podido evitar prendarme de un ángel? Si pudieran sentir cómo su inocente belleza les acaricia el alma, si la hubiesen visto entonces, me comprenderían, disculpando una debilidad que para mí fue fuerza, cotidiana supervivencia en unos tiempos que, como las paredes del invierno, se oscurecieron y enfriaron demasiado pronto, casi a traición: “Trabajaba apaciblemente; todo en ella era armonioso: la espontánea rapidez de sus movimientos, la estatura, la voz, los ojos grises y el color dorado de sus cabellos”. Cuando la conocí, Lara tenía dieciséis años, pero el desarrollo de su cuerpo y su inteligencia la hacían parecer mayor. Calculo que eso debió ser a finales de 1904 o comienzos del año siguiente, porque la guerra contra Japón aún no había terminado y el dilatado y tenso ciclo revolucionario que doce años después cambiaría por completo el rostro de la Santa Madre Rusia estaba a punto de comenzar.

miércoles, 22 de abril de 2009

Derrumbada

Vuelven esas rachas en las que me invaden unas ganas de mandar todo a la mierda, no complicarme la vida y sentirme libre y convencerme de una vez de que yo no sirvo para luchar. ¿Cuánto tiempo necesito para darme cuenta de que no soy capaz, de que no puedo con lo que se me ha venido encima y lo mejor es sacar la bandera blanca? Estoy por pintarme en la frente algo como "PEACE" (como hacen los periodistas en países en guerra: "PRESS") para que dejen de apuntarme los francotiradores de la frontera entre "ahora estoy dentro" y "mi despedida absoluta y definitiva". A veces me da por imaginar cómo sería mi adiós, qué echaría de menos y qué me echaría de menos a mí. Y lo peor es que no sé si sería más feliz; no porque lo desee, sino por estar con las mínimas complicaciones de una vez por todas.
Mi fin como ser humano es conseguir mi felicidad. ¿Y si mi felicidad no está aquí? ¿Y si no es esto lo que el futuro desea para mí? No creo en la felicidad eterna, creo en la felicidad temporal o, como mucho, esa felicidad que se consigue en una época en la que todo te va bien. Pero yo no sé si el mundo me guarda un cachito de felicidad o la parte que me corresponde ya está consumida.
Puedo dejar de luchar contra lo que "puede que ya esté escrito" o comprarme una goma de borrar y un bolígrafo gigantes y reescribirlo con mis palabras.
Lo pensaré...

sábado, 4 de abril de 2009

Mis propios pecados capitales

Tras un largo examen de conciencia que he decido hacer por confesar mi alma, me he dado cuenta de que soy un grandísimo desastre:
La gula, ese vicio desquiciado por el placer de comer, en mi caso, chocolate a todas horas, que me va a llevar a mi autodestrucción física.
Mi orgullo disimulable y la soberbia por querer ser la única, se me juntan con la envidia que siento cuando sé que estás con otras, y me producen una ira que me llena de indignación y enfados inútiles y de un dulce apetito de venganza hacia un par de sujetos que no me importaría tachar de mi vida, por muy raro que en mí resulte.
La lujuria por ese deseo sexual trastornado que, de vez en cuando, no consigo controlar ni a la fuerza y por el que seguro Afrodita estaría orgullosa de mí.
Además, por tu culpa, mis ganas de poseerte en cada momento que me plazca, me hacen pecar de avara, de codicia por desear besos y caricias a todas horas, hasta aborrecer, y de pereza por esa sensación que me asalta cuando tienes que marcharte y decirme adiós.
Y, para colmo, cabe recordar la tontería que me entra a veces por decirme que no creo en el amor y todo es deseo material, en un intento de creerme más feliz si así lo fuese. Por Dios, qué blasfemia.

Va siendo hora de cambiar.