domingo, 28 de octubre de 2012

Decidí ponerme entre el abismo y el fuego por ti. Sin miedo ninguno. Con todo mi cuerpo. Me he puesto en medio y he dicho: no me caeré y no me quemaré, creyéndome extintor o pájaro para volar. Lo asombroso es que no me he quemado. 

Te conocí y me creí la más afortunada de las personas. Te vi tan increíble (que lo eres), que todo lo demás se me olvidó. Tan increíble… que no quiero conocer a nadie que pueda parecerse a ti, o incluso, superarte. Contigo he tenido suficiente.

Contigo había luz. Todo era claro. Estábamos juntos y, de repente, tenía sentido absolutamente todo. O tal vez, nada tuviera sentido. Y no lo tuvo nunca. Porque, en realidad, juntos, nada era normal. Porque, en realidad, aunque lo pareciese, ni el mundo se paraba ni desaparecía. Ni tampoco era normal ese nivel de felicidad constante.

Cenas, desayunos, comidas, postres.

Nata.

Buenos días y buenas noches.

Música, silencio, palabras, bailes.

Abrazos.

Aún clavas tu mirada en mí. Y lees mi mirada. Porque sé que lo haces. Igual que yo leo la tuya. Y leo exactamente lo mismo que hace unos meses. Y me doy cuenta que huyo de ello. Huyo porque soy incapaz de mantenerme firme frente a tus ojos, hipnotizándome, viéndome obligada a cambiar la dirección de mis ojos a cualquier otro punto de la maldita habitación que nos mantiene juntos. Porque necesito llorar. Porque estoy en lucha continua, durmiendo a mis mariposas, y tú te empeñas en despertarlas, porque responden a ti, y no me dejas tranquila. Y yo no soy fuerte. No contigo. No ante ti. O tal vez sí lo sea, y lo sea mucho. Porque me haces temblar. Temblar de felicidad.

Y es injusto.

Injusto porque me la has dado. Injusto porque no me la puedo quedar.

Porque ahora sé que dentro de tu incredibilidad, eres parcialmente igual que todos. Porque ahora sé que estaba equivocada, que tu mirada me decía algo aunque tus labios estuvieran sellados.

Y que me mentiste.

Engañada durante meses, haciéndome ser hostil, haciéndome parecer obsesionada, viendo donde no lo hay o no viendo donde lo hay. Hoy entiendo que intentaste con buenas ganas demostrar que yo me equivocaba. Que todo pareciese igual. Hoy despierto y comprendo que eres un cobarde, incluso más que yo, porque aunque yo sigo callada, estoy frente al fuego mientras tú te has escondido.

No entiendes que estás en mi pack, para ABSOLUTAMENTE todo, y tú, por la mínima fémina, me has sacado del tuyo. ¡Cuánto dice eso de ti?

“Me niego a perderte nunca”

Lo peor es que me quieres.

Pero perderme no me has perdido, cielo. Me has empujado al abismo. Y en el abismo me seguirás queriendo.

No siento dolor.

Has jugado, sin querer. Pero has jugado increíblemente bien. Espero que te hayas divertido.

Yo acabo la partida. La revancha vendrá sola. De momento, aquí estamos en tablas.

No hay comentarios: