domingo, 8 de febrero de 2009

Hace viento en el hospital. Un viento nervioso. Veo desde las ventanas cómo agita fuertemente los árboles y sus hojas, y sus ramas. Parece que tiene personalidad, un carácter especial. Como si quisiese gritar algo importante. Hace que me duela la cabeza. Me agobia. Me falta la respiración.
Será el estrés. Y, de repente, sin darme apenas cuenta, debo desconectar por completo.
Y no puedo.
Y me agobio más.
Y mi cabeza no para de dar vueltas en busca de respuestas.
Y aumenta el extrés.
Y disminuye el tiempo que me queda.
Y se acercan los días clave.
Y yo sin estar preparada.
Y surgen problemas.
Y pierdo más tiempo.
Y me faltan días.
Y me sobran apuntes.
Y aparecen dudas.
Y debo tomar decisiones importantes.
Vida o muerte. Nunca mejor dicho.
Y decido.
Y la miro.
La observo con la mirada de una niña pequeña.
Y me asusta
Demasiados cables.
Demasiados moratones.
El ambiente no me gusta.
Hace calor.
No hay alegría.
Nadie sonríe.
La gente ha estado llorando.
Me nubla la vista el miedo.
Y entonces, sólo entonces, me doy cuenta de que la realidad me ha golpeado en toda la cara.
Y vuelvo a mirarla. Esta vez, con lágrimas en los ojos.
Pero no lloro.
No es ella. Cómo ha cambiado en tan poco tiempo.
Parece imposible.
Siento indiferencia hacia mí.
No entiendo la mirada.
No sé que pensar.
En un momento, es como si no nos conociéramos de nada.
Pero vuelvo a observarla.
Y sé que he decidido bien.
Lo correcto, por supuesto.

Y el tiempo sigue disminuyendo...
Y mi agobio aumentando.
Y me duele la cabeza. Pero he decidido.
Me duele mucho. Y me falta el aire. Me duele todo.
Y parece que no aguantaré más. Y lloraré, como si fuese algo frágil y necesitado. Y no lo soy. No lloro. Pero necesito gritar. Como el viento.
Estoy agotada, y quiero correr, pegar, cansarme, desestresarme, soltar la ira que me hace presa de mí misma.
Y quiero dormir doce horas seguidas y despertarme y no tener que hacer nada para hacerlo todo, y poder pensar en ella sólo una vez al mes, como ha sido siempre, sin visitarla los domingos y escuchádola hablar de lo perfectas que son otras y no yo, sin necesidad de entristecerme por no poder verla más.
Pero está viva, y sé que, sino lo estuviera, la echaría en falta.
Que tonta fui al pensar que no.
El viento aun grita y todo sigue igual. Incluso mi estrés y mi agobio. Menos mal.

1 comentario:

Ana_SepulvedaG dijo...

Cuando dejas volar tus sentimientos eres siempre increíble.