sábado, 4 de abril de 2009

Mis propios pecados capitales

Tras un largo examen de conciencia que he decido hacer por confesar mi alma, me he dado cuenta de que soy un grandísimo desastre:
La gula, ese vicio desquiciado por el placer de comer, en mi caso, chocolate a todas horas, que me va a llevar a mi autodestrucción física.
Mi orgullo disimulable y la soberbia por querer ser la única, se me juntan con la envidia que siento cuando sé que estás con otras, y me producen una ira que me llena de indignación y enfados inútiles y de un dulce apetito de venganza hacia un par de sujetos que no me importaría tachar de mi vida, por muy raro que en mí resulte.
La lujuria por ese deseo sexual trastornado que, de vez en cuando, no consigo controlar ni a la fuerza y por el que seguro Afrodita estaría orgullosa de mí.
Además, por tu culpa, mis ganas de poseerte en cada momento que me plazca, me hacen pecar de avara, de codicia por desear besos y caricias a todas horas, hasta aborrecer, y de pereza por esa sensación que me asalta cuando tienes que marcharte y decirme adiós.
Y, para colmo, cabe recordar la tontería que me entra a veces por decirme que no creo en el amor y todo es deseo material, en un intento de creerme más feliz si así lo fuese. Por Dios, qué blasfemia.

Va siendo hora de cambiar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todos tenemos nuestros propios pecados capitales, no hay por qué cambiar!