jueves, 10 de abril de 2008

Caí rendida

Solía mirarme con esos ojos verdes que querían comerse el mundo. Me resistí a ellos durante meses; creo que pudieron - incluso - resultarme indiferentes en su día. Unos ojos, tiernos, pero unos más. Me llamó la atención no caer rendida a sus pies: palabras bonitas, elegante apariencia, atractivo, simpático, agradable, inteligente... Pero su palabrería mimosa de niño chulo que lo ha tenido todo parecía no poder conmigo. Y no era porque yo me resistiese a sus encantos. Fue más bien porque no me percaté de su posible existencia. A pesar de eso, sus ojos me perseguían, con esa mirada pícara de niño malo engatusador.

Pero la historia nació (aunque a veces nos empeñasemos en lo contrario). Creo que comenzó por una dulce tontería que nos llevó a una noche de cine y a otra de risas, locuras y alcohol. Y caí en él. Su encanto me agarró. No me seducía su maña mujeriega (de hecho, poco la usó conmigo) pero sin darme cuenta, me vi atrapada entre sus brazos. Sintiendo cuerpo a cuerpo su respiración. Disfrutando cada uno de sus movimientos, rindiéndome en cada una de sus caricias, derritiéndome admirando su sonrisa y temblando de placer. Así fue esa noche que me llevó - inevitablemente - al lujurioso mundo de la pasión.

No se repitió muchas más veces, y después de eso, guardo en mi mente algún que otro momento, pero no muchos. Todo fue muy raro. Sobreviví a las tormentas sola por rememorizar las sonrisas que gasté por él y las miradas y abrazos que me dedicó. Que también fueron pocos. Pero él nunca estuvo a mi lado. Aguanté mis días malos escondida bajo las negras sábanas de mi cama inventando historias con finales felices e imaginando que la protagonista (algún día) podía ser yo. Yo, ojos de sapo que, besados por un príncipe maravilloso, me convertían en princesa de un sueño encantador. Pero él, con nariz de pinocho, me devolvía a la vida real al saber que me mentía.

Todavía no sé si jugó conmigo o actuaba por intuición. A veces sentí que me quería y otras creo que se olvidaba de mi existencia. Y yo, por supuesto, no podía ser menos. Por eso pocas veces pude ser yo, y no le pude querer. Sufrí por un amor no amado, porque no quise dejar que las cosas pasasen como tuviesen que pasar, porque tuve miedo a que él (con su falta de sinceridad y comunicación) me las diera con patatas y porque me planté por miedo a hundirme - como tantas otras veces - en el sufrido mundo del desamor.

Sin embargo, a veces me da por creer que si él me hubiese besado cuando tenía la oportunidad, todo habría sido más fácil y yo habría sido feliz a su lado.



Pero no pudo ser.

1 comentario:

Ana_SepulvedaG dijo...

No es tan difícil escribir una bonita historia si existe el sentimiento.
Me ha gustado. Me ha gustado mucho. Mi opinión, la tienes anteriormente expresada por dos. Es cierto que la palabrería muchas veces puede seducirnos, pero somos mujeres fuertes, difíciles de tratar, y que nada puede con ellas. O eso me gustaría. El amor es tan inevitable como el desamor, y francamente, me quedo con el amor. Aunque te digo una cosa, el desamor y las penurias hacen a los genios lo que son. Por tanto, toca vivirlas para tener una vida intensa que recordar.
Bon apetit
tQ